Serían las 6 am cuando decidí enfilar a la parada. Mate en mano, auriculares calzados y de fondo la música con la mayor cantidad de guitarras eléctricas posibles, lo que sea para escapar de la polución y el ruido de la ruta.
Esta era una de esas mañanas donde no encontré propósito en fumarme 2 horas de viaje para estar siendo el objeto de burla de mis alumnos.
No es que tenga nada necesariamente llamativo o malo en mis pintas, es que enseño en ciclo básico; literalmente estoy en las trincheras de la educación.
Hace 10 años que elegí esta carrera y no me arrepiento de mi decisión de enseñar, pero honestamente las decisiones que he tenido que tomar para poder hacerme un espacio en mi mundo profesional me han hecho dudar muchísimas veces la vocación.
Me quedaría mucho más cómodo dar clases en bachillerato acá en la costa, pero bueno, no conseguí horas.
Me bajé en Avda Italia y Centenario para tomarme el 185 que me dejaba a unas cuadras del liceo.
Al llegar, me acomodé y saqué un pucho de adentro del abrigo.
No llegué a aprendérmelo que alguien se acercó a pedirme uno.
- Hola amigo, no tendrás un cáncer de sobra? - Me dijo esta chica notoriamente desarreglada y pintas de hippie. No juzgo, que se yo, vengo de la costa, ahí el 60% de la gente es así y son lo más grande que hay. Además le veía cara conocida de algún sitio.
- Disculpa, soy Sagitario. - Respondí tratando de decir que no, con un poco de simpatía
-¿Meireles? Soy yo boludo, la Yoli. - Dijo con una sonrisa gigante. Me avergoncé de no conocerla y hasta dudé de que estuviese mintiendo por un puchito, pero estaba en lo cierto, ese era mi apellido.
- ¿Cómo me reconociste? - Dije, intentando hacer tiempo a ver si nombraba alguna época que hayamos compartido y/o que llegase el bondi y me rescate de este momento incomodísimo. Algo era seguro, no pensaba soltar un puchito, era mi pequeña batalla moral y pensaba ganarla.
- Siempre fuiste de hacer chistes que no se entienden mucho ¿Qué te pasó? Tas hecho mierda - Dijo y me resultó gracioso.
-¿Cómo hecho mierda? Tengo todo el pelo en la cabeza, no tengo arrugas y que se yo si bien no me cuido mucho tampoco es que me dejé estar. - La batalla ya no era sobre los puchos, sino por el ego de hacerle entender que yo estaba mejor.
-Tranquilo tranquilo no se trata de eso. Estás re careta, todo vestidito, todo formal ¿Qué pasó con la sátrapa comunista tomamerca que eras? ¿Te acordas que te decíamos aspiradora soviética? Já, ahora pareces uno de esos robotitos modernos de piso que recorren toda la casa buscando miguitas de pan y asustando al gato - De repente todo vino a mi, no era que no recordase a Yolanda, no quería acordarme. Tenía frente a mi el recuerdo vivo de lo que fui y me avergoncé de haber pateado tanto tiempo el hecho de encontrarme con mi pasado.
-Na, me pegué el rescataso. No estoy más para esa, ahora trabajo y esas cosas. Soy profe de historia en ciclo básico. - Respondí entre tartamudeos, evitando mirarla a los ojos. Me achiqué muchísimo al reconocerla.
- Andá? Qué bien. Siempre te gustó la historia y eso. - Me dijo, y sentí como ella también se achicó. Los dos nos habíamos convertido en una realidad que el otro no quería afrontar.
Llegó el 185 y amagué a despedirme pero me dijo que ella se tomaba el mismo bus.
El viaje fue un silencio sepulcral, todos apretados, todos callados y escondiendo el 50% de nuestras emociones detrás del tapabocas.
Hice casi todo el recorrido pensando si era una buena idea ponerme los auriculares o si eso sería una metáfora escapista.
Sobre el Nuevocentro decidí ponérmelos y ni bien torcí la cabeza Yolanda interrumpió mi mecanismo.
- ¿Qué fue por una minita? ¿Qué te hizo pegar el volantazo? - Preguntó Yolanda con muchísima curiosidad, ella si parecía estar queriendo enfrentarse a su realidad.
No podía negarle respuestas, a mi me gusta creer en la gente sin importar su situación. Nadie me creyó a mi en su momento y tuve que batallar el triple para recuperarme, no quería lo mismo para Yolanda.
-No, que minitas Yola si a mi me gustan más los hombres que el vino. Fue un paro cardíaco. Me desvanecí en pleno Gonzalo Ramírez y desperté en la médica uruguaya con pila de cables y vías conectadas. Sabes el cagazo que me pegué - Dije mientras me acomodaba para pasar por ese túnel de cuerpos que me separaban de la puerta trasera.
Yolanda me siguió y supe instantáneamente que no era una casualidad. Esta no era su parada, capaz ni siquiera el bondi que le servía.
Nos bajamos en el Círculo de Tenis ahí en Lucas Obes.
- Si no me vas a dar el puchito, por lo menos dame alguna respuesta Meire, no quiero más estar en un cumpleaños todo el día y eso del infarto no me sirve, ya me pasó y me desconecté todo para tomarme el palo - Increpó Yolanda y entendí que capaz hoy no tenía que estar en el liceo bancandome el “Meireles acércate y decime a que huele”.
- Yo que sé, lo primero es que tenes en claro que quieres pegar un volantazo y eso está bien ¿Qué te hace querer cortar? Por ahí capaz que encontramos tu motivación. Vas a necesitarla, vas a tener que abrazarte durante una banda de días a algo que no quieras soltar por nada en el mundo. - Dije, mientras caminábamos para el lado del Rosedal por Buschental. Totalmente contrario a donde tenía que ir, pero eso ya no importaba.
- Mis hijas Meire, tengo 2 y las amo pila. Ahora no puedo verlas porque mi vieja me metió una orden de alejamiento pero me encantaría poder caer un día así prolija como estas vos y jugar un rato con ellas - Dijo y me partió el corazón.
Nos sentamos y hablamos durante 30 o 40 minutos. Nos colgamos diseñando planes a futuro como hacíamos en aquellas noches hace más de una década.
Ella estaba super emocionada, motivada y embanderada.
- Ya vengo, voy a mear - Dijo mientras se paraba en dirección a unos pastizales que habían por ahí.
- Na, bancá, buscamos un baño, hay un Mc Donalds cerca - Respondí sorprendido, hacía mucho que no hacía eso.
- No seas manteca boludo. Son dos segundos además no hay nadie a esta hora. - Soltó gritando mientras se alejaba pegándose un pique.
Pasaron más o menos 20 minutos cuando me empezó a parecer raro.
Me levanté y empecé a caminar más o menos para el lado que ella había ido mientras decía su nombre en voz alta.
Allí la encontré, estaba teniendo un ataque de epilepsia, creo.
Tenía la boca llena de espuma y en la mano una bocha de 5g.
Entre decepción, miedo y el cariño que le había retomado llamé al 911.
Mientras tanto, recordé que había visto en YouTube que si esto era un ataque de epilepsia tenía que mantenerla de costado y desatrancarle la lengua en caso de que la misma estuviese comprometiendo su respiración.
Hice todo esto mientras le decía que tenía que pelearla, que esta la iba a ganar, que la piba que yo conocía se le paraba de mano a la mismísima parca y la cagaba a palos.
Quería confiar, necesitaba confiar.
Recuerdo que llegaron los médicos y la policía al mismo tiempo.
Para evitar que le extiendan más la orden de restricción, le saqué la bocha y me guardé su falopa.
Sabía que ese tiro me podía salir por la culata. Pero de eso se trata confiar en la gente también.
Me tomaron la declaración sin muchas preguntas de por medio, no solo mi historia cuadraba sino que además en contraste, yo estaba sobrio y tenía pinta de ‘gente de bien’. A la policía le encantan los blanquitos bañados con gabardina.
Les dejé mi número por cualquier noticia y ni bien se fueron me senté exactamente donde estábamos antes.
Estaba perplejo, no podía entenderlo.
Por un lado, sabía que la misma falopa te invita constantemente a boicotearte, pero por el otro le había sentido muchas ganas de limpiarse, estaba extasiada armando alternativas y planes para contenerse cuando le pintase tomar gilada.
Decidí fumarme un cigarro para digerir mejor el momento y al tantearme el bolsillo del abrigo me llevé terrible sorpresa.
La muy rata me había comido los puchos.
En ese momento perdí todas las esperanzas en su cambio, dejé de pensar en ella y me puse a pensar en que perdí un día de laburo al pedo, que estoy atrasado con el alquiler y no puedo mandarme estas pelotudeces.
Hasta hoy.
10 minutos antes de sentarme a escribir esto me llegó un paquete del correo.
Adentro había una caja grande de Marlboro y una carta escrita a mano:
“Ojalá que sigas viviendo en lo de tus viejos o que te lo hagan llegar.
Perdón Meire, se me cruzaron los cables y estaba descalza, alto cortocircuito.
Me guardé tus puchos esa vuelta y me re sirvieron. Fueron especiales, cada vez que no aguantaba más la fisura me fumaba uno y me acordaba de vos, de las noches de la adolescencia y de la cantidad de anécdotas loquísimas que tenemos para distraerme. Funcionó ya son 11 meses limpia, lo que sí ahora voy a tener que dejar el pucho, cambié un chupete por otro jajajajaja.
Gracias.
Yolanda.”